LA ESCUELA

El AME y el porvenir del Pase en la NEL

Piedad Ortega de Spurrier, AME

Agradezco la invitación de Clara Holguín, miembro de la Comisión de la Garantía de la AMP-América para contribuir al debate institucional sobre la garantía en esta serie de cinco noches, dentro de la gestión del directorio del Comité ejecutivo actual presidido por Marcela Almanza.

Creo que este debate inédito, ha empezado a producir resonancias en lo que hasta ahora constituyen nuestras Sedes y Delegaciones. Nuevos interrogantes en torno al anudamiento entre la Escuela y la formación del analista: entre el análisis, el control, la enseñanza y la condición de miembro de la Escuela (AP), los títulos de AME y AE que ella dispensa, estos dos últimos en su función de garantía. Tres nombres para los distintos momentos de la formación del analista y como esto se revierte en la Escuela.

La pregunta que nos envían en esta ocasión, a María Hortensia Cárdenas, María Elena Lora, a Julieta Ravard y a mí, nos interroga sobre la responsabilidad en la designación de pasadores para la constitución de los Carteles del dispositivo del pase, lo que implica poner en la mesa hacia el futuro, la posibilidad de que el procedimiento del pase se produzca en la NEL a consecuencia de nuestras elaboraciones singulares y aquellas que construimos en el colectivo de nuestra Escuela.

Los interrogantes apuntan a pensar la forma como conducimos la experiencia analítica de nuestros analizantes y su porvenir, si la misma está en la perspectiva de un fin de análisis. ¿Son experiencias orientadas por lo real? ¿Cuál es el deseo que nos habita? Entiéndase en su doble vertiente: la del deseo del analista en su formación y la formación del deseo del analista a producirse en una experiencia analítica orientada por lo real.

En consecuencia, cabe hacer una diferencia entre una experiencia orientada por el sentido, el significante y lo simbólico y una experiencia orientada por lo real, el goce y la pulsión. La primera se desliza rápidamente hacia una práctica psicoterapéutica, la segunda a sostener una práctica analítica que se oriente por la clínica del fin de análisis desde las entrevistas preliminares.

Si aceptamos estas diferencias, supone también el poder responder a la demanda de un “control calificado”, entendiendo por tal un control que apunte al acto analítico. El mismo tendría como finalidad, que aun cuando alguien lo solicite por tratarse de la urgencia de un caso o de la urgencia subjetiva de quien lo demande, el analista que controla tenga la firme convicción de que dicha práctica, sin desestimar que puede ser necesario un ajuste en la táctica, incluya el interrogante sobre el lugar del practicante en la transferencia y verificar desde dónde se puede incidir en la experiencia analítica de ese analizante.

También implica que quien se autoriza a controlar un caso, debe haber podido, él mismo, haber hecho legible la lógica de su propio caso, o sea haber realizado el ejercicio consigo mismo en su propia experiencia analítica, aquella que pasó por la caída de los relatos de su novela familiar, de todas esas resistencias frente a lo irremediable y más aún, encontrarse y verificar lo imposible de que todo pase por la palabra, al punto de tocar el borde mismo del trauma en su anudamiento con lo real del goce. Queda la opción de transmitir esa experiencia en el procedimiento del pase y/o utilizar dicha experiencia para situarse de alguna manera en las experiencias analíticas a conducir que orienta.

Es la práctica del control asiduo de la propia práctica el que nos permite verificar la existencia del analista en acto y sus consecuencias cuando conducimos una experiencia digna de ese nombre, o en la pregunta persistente sobre el rumbo de nuestra Escuela, que incluye la forma como nos insertamos en lo social.

Si con Freud sostenemos que cada caso es un nuevo caso, estamos llamados a mantener un control periódico, siempre seremos analistas en formación, susceptibles a nuevos encuentros con lo real en lo cotidiano, en la experiencia práctica con los analizantes, en el control, en la Escuela, que pueden generar en cada uno de nosotros urgencias subjetivas que nos lleven a retomar un nuevo tramo de análisis.

Entonces, para responder dónde podremos encontrar a alguno, en el uno por uno, quién pueda ocupar el lugar de pasador en el dispositivo del pase, creo haberme aproximado a la respuesta a partir de lo expuesto: entre los propios analizantes, si el AME devino analista de su propio análisis y le ha apostado a sostener las condiciones decididas del mismo y de su práctica del control de su propia práctica.

Creo que lo más interesante del dispositivo del pase es que pone en juego toda la formación que la Escuela dispensa porque incluye al AP en el punto donde se encuentra bordeando su final de análisis, al AME entre su formación inacabada y un acto, el de elegir pasadores en un trabajo que les exige de distintas maneras un poco más, ambos en su deseo de hacer pasar al cartel del pase aquello que se puede escuchar de la enunciación del pasante, y que podrá colegir en algunas ocasiones la existencia de que hay analista de la experiencia analizante y revertirla en la Escuela.

En lo personal y sacudida por la ignorancia acerca del acto analítico en la experiencia de mi práctica, el uso regular del control me mantiene despierta a esos signos ínfimos u otros, que pueden aparecer en las diversas experiencias analíticas, particularmente en aquellas en que la emergencia subjetiva me pueden inducir en razón de “la piedad” a desdibujar los principios de mi acción, a relanzar mi análisis, a precisar mi experiencia en los controles y habitar la Escuela de otra manera, en la que intento con otros la experiencia de pensarla analíticamente. La frase de Miller acerca de que todo acto de Escuela es analítico, nos invita a ustedes y a mí en esta ocasión, a través de esta actividad, pensar el porvenir del Psicoanálisis en nuestra región, la NEL.

Octubre 8, 2020